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Divergencias entre memoria (histórica) e historia

El historiador Gonzalo Sánchez, exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica y Premio Nacional de Paz 2016, asegura en su libro Guerras, memorias e historias, que las memorias son una nueva forma de representación del discurso del tiempo, puesto que buscan ajustar cuentas con el pasado no acallando los sucesos, los personajes y las reflexiones con interés social, sino poniéndolos en valor en un contexto y una perspectiva histórica. Mientras que la historia “tiene una pretensión objetivadora y distante frente al pasado, que le permite atenuar la ‘exclusividad de las memorias particulares’”, (Sánchez, 2006, p. 23). Para Sánchez, en las memorias también habitan sesgos de identidad que se expresan a través de una gran variedad de relatos que inscriben, almacenan u omiten huellas susceptibles de reactivación, según sus palabras.


El concepto de memoria se encuentra a medio camino entre la historia (los hechos objetivos y demostrados de forma empírica), y la necesidad social de propiciar un debate crítico y hacer catarsis sobre el propio pasado. Esta interpretación de los hechos genera polémica. Entre otras cosas porque en sociedades donde la violencia está íntimamente relacionada con la corrupción moral, filtrada en todas las capas de la sociedad, en mayor o menor medida, no basta con dar a conocer los relatos de las víctimas, es necesario cambiar esquemas de comportamiento individual y social en la dirección de la equidad colectiva. Esta es una tarea de gobierno, colectivos y organizaciones, encargados de propiciar pedagogías de la memoria. En nuestro país esta monumental tarea está siendo abordada entre las víctimas agrupadas, colectivos y organizaciones. Organismos como la Comisión de la Verdad (1)  y el Centro Nacional de Memoria Histórica (2) se han sumado.


En una entrevista dada al diario La Nación de Argentina, en marzo del 2006, el doctor en historia y filosofía judío Pierre Nora ofrece una respuesta sobre las diferencias entre memoria e historia que nos ayudará a concretar muchas de las nociones que, hasta el momento, se han planteado. Nora le dijo a la periodista Luisa Carradini:


Memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente diferentes, aun cuando es evidente que ambas tienen relaciones estrechas y que la historia se apoya, nace, de la memoria. La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado. Por esa razón, la memoria siempre es portada por grupos de seres vivos que experimentaron los hechos o creen haberlo hecho. La memoria, por naturaleza, es afectiva, emotiva, abierta a todas las transformaciones (…). La memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual. Por el contrario, la historia es una construcción siempre problemática e incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros. A partir de esos rastros, controlados, entrecruzados, comparados, el historiador trata de reconstituir lo que pudo pasar y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto explicativo, (Carradini, 2006).


Nora hace énfasis en que la memoria sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia es una operación puramente intelectual, “laica, que exige un análisis y un discurso crítico. La historia permanece; la memoria va demasiado rápido”, agrega Nora.


El interés de Pierre Nora por la memoria no es gratuito. Nació en 1931 en el seno de una familia judía de la burguesía parisiense, y a los doce años salvó su vida arrojándose por una ventana para huir de la Gestapo, la agencia policial nazi que llevó a Walter Benjamin a matarse, lo que muestra la amenaza de la persecución como repertorio de la violencia política. En los años ochenta volcaría todo su conocimiento, en compañía de 130 historiadores, a comprender las huellas de las memorias que guardan lugares en Francia. En sus estudios pudo concluir que durante muchos años los historiadores tuvieron por completo el monopolio de la interpretación y eran “depositarios de la memoria comunitaria”. Esto lo lograron siendo instrumentos del poder. Luego los historiadores se desligaron para adquirir un carácter científico. Esta característica histórica está acorde con la colombiana, en cuanto gran parte de la historia nacional es un relato hegemónico contado desde los intereses de los gobernantes. Posteriormente, el crecimiento e independencia de las investigaciones académicas brindarían un relato alternativo y complementario en el cual las víctimas han adquirido notoriedad. Añadió Nora en la entrevista ya citada:


Pero casi al mismo tiempo apareció una vida mediática densa, que contribuyó a crear una forma de memoria colectiva, independiente del poder puramente científico. Las tragedias del siglo XX contribuyeron, en gran medida, a democratizar la historia, es decir, a hacerla vivir.


Nora se refiere a allí a que la memoria, como la podríamos interpretar, es historia vivida y viva, además de que convive en función del presente y sus fluctuaciones sociales y culturales. Ello explica la naturaleza subjetiva, diversa, plural, cambiante y no científica del concepto.


El politólogo español Albert Noguera manifiesta que la primera distinción que se podría identificar entre estas dos nociones está sujeta a la relación de estas con la tragedia y el sufrimiento. Mientras la historia trabaja los acontecimientos con la carencia del significado emotivo, la memoria histórica “tiende espontáneamente a meterse dentro de los protagonistas de la historia y erigirse como intérprete de sus sentimientos” (Noguera, 2013, p.252). La historia entonces es captada como conocimiento, en tanto es la averiguación y análisis de datos, informaciones y hechos puestos en relación y contraste por medio de un determinado método; y la memoria, según el autor, es captada “en forma de conciencia”, y esta conciencia tiene un mayor alcance que la historia:  


La conciencia incluye cuatro componentes: averiguación y análisis (de los hechos, datos, informaciones y su puesta en relación); identificación (con los protagonistas de los hechos); oposición (repugna de los acontecimientos del pasado); y, alternativa (la concepción de unas relaciones sociales alternativas a tales hechos), (p.253). A la averiguación y el análisis, conceptos constitutivos de la Historia, se le suma, además, la tragedia y la conciencia como conceptos constitutivos de la Memoria histórica. Pero tragedia y conciencia, no pueden entenderse por separado o por orden. Es a partir de una relación dialéctica entre ellas que se conforma la idea de Memoria histórica, (p.254)

La tragedia y la conciencia, elementos sustanciales a la memoria que aportan a su significado y, por supuesto, a su razón de deber ser, asumen también un lugar en el despliegue conceptual del historiador búlgaro-francés y estudioso de la memoria Tzvetan Todorov. Todorov, quien murió a los 77 años el pasado 2017, incorpora dos categorías que atañen a la comprensión de la utilidad de la memoria histórica en la sociedad, en tanto esta indiscutiblemente nutre el modelo que regula las instituciones y toma su lugar como fuente de reflexión dentro de la cultura y sus expresiones de resistencia. Estas categorías son la ‘memoria ejemplar’ y la ‘memoria literal’.
En su ensayo Los abusos de la memoria, Todorov, primero, resalta la importancia de rescatar las memorias del olvido, ejercicio de disolución que tanto los regímenes totalitarios como los democráticos impulsaron desde propósitos aparentemente distintos.

 

Los gobiernos totalitarios se toman la libertad de instaurar en las diferentes esferas que conforman su sociedad aquellas narrativas, fechas y lugares para conmemoración, y símbolos acordes a unos intereses históricos e ideológicos, y cualquier muestra de reconstrucción del pasado es vista como un acto de oposición al poder. El sablazo a la memoria se da dentro de las autoproclamadas democracias liberales de otro modo: ahogándolas en un mar de sobreabundancia de la información (e interpretación) que suele estar manejada bajo criterios de márquetin conducido por las grandes compañías, cuyo propósito es la rentabilidad por encima de los criterios éticos. Todorov indica que las democracias liberales poco a poco nos van separando de las tradiciones: “embrutecidos por las exigencias de una sociedad del ocio” desprovista de curiosidad espiritual. Así “estaríamos condenados a festejar alegremente el olvido y a contentarnos con los vanos placeres del instante”, (p.13).


El autor advierte que, no obstante, el “elogio incondicional de la memoria conduce a caminos problemáticos, comenzando porque el “restablecimiento integral del pasado es algo por supuesto imposible” (p.13), por lo que se hace de manifiesto, como elemento constitutivo de la memoria, una característica fundamental de su naturaleza: la selección. Aquel grupo social o individuo que comunica su tragedia y el tránsito accidentado que sufrió para superar o ir superando el trauma, lo hace fragmentando su historia bajo criterios subjetivos íntimamente sujetos a las emociones. Y esto es así porque, según Todorov, “conservar sin elegir no es una tarea de la memoria” (p.14). De allí la distinción entre recuperar el pasado y su utilización posterior.

 

La ruta hacia un buen uso de la memoria pasa por su transformación en imágenes controlables. Sería una gran crueldad, dice el autor, rememorar momentos dolorosos continuamente, mecanismo que podríamos interpretar como un uso literal de la memoria, que puede llevar a sentimientos de odio y desquite que sobreviven a generaciones. Filtrar la selección de momentos disruptivos con la ayuda de una pedagogía le permitiría a la víctima superar en parte el dolor, sin dejar de lado que existe el derecho al olvido, pareja incondicional, como ya se referenció en capítulos anteriores, de la memoria. Por ello, Todorov esgrime la hipótesis de fundar la crítica de los usos de la “memoria en una distinción entre diversas formas de reminiscencia” (p.21), y esto pasa por la distinción entre el ser que vivió la violencia, y el que es ahora en su ejercicio de integrarse, ya con el dolor aplacado, a la sociedad. Esto es, servirse del pasado “como un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentes diferentes” (p.22); este sería un modo de uso ejemplar de la memoria:


El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento, desemboca a fin de cuentas en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del yo para ir hacia el otro (p.22).


Entonces ¿Por qué hablamos sobre Memoria Histórica? La docente de la Universidad de Antioquia y doctora en ciencias humanas Judith Nieto, en sus reflexiones Memoria, campo de tensión entre un mundo de diferencias, siguiendo los conceptos planteados, dice, citando a su vez a Blair: 


“Se trata de una distinción que presenta la historia como generadora de conocimiento, en cuanto a la memoria histórica, al ser aprehendida por la conciencia, conduce al surgimiento, producción de “contenidos de tipo normativo, modoso de comportamiento y acción. La memoria histórica se caracteriza por su naturaleza auto-reflexiva sobre la función de la memoria””, (p.59).


Siguiendo la línea argumentativa, entonces cuando esas memorias refieren acontecimientos violentos, “el testimonio ocupa un lugar legítimo en la lucha por el poder dentro de la esfera pública”, (Blair, 2008, p.88). En esta medida, afirma el filósofo Manuel Reyes Mate, “la tarea de la memoria no es solo histórica (traer el pasado al presente) sino también interpretativa, esto es, tiene que preguntarse por el sentido moral y político que ese pasado tiene para el presente”, (Mate, 2012, p.6). Esto quiere decir que la memoria, a diferencia de la historia, está potenciada por un afán de escuchar otras verdades fuera de las hegemónicas. En el caso colombiano, según María Ángela Salazar, activista afrodescendiente y comisionada de la Comisión de la Verdad quien muriera el pasado 7 de agosto del 2020 a causa de la Covid-19, manifestó que:


La memoria histórica nos permite conocer y reconocer los hechos traumáticos vividos por una sociedad como la colombiana. La memoria también nos permite conocer un pasado con muchos matices y actores, para así entender y comprender nuestro presente. Esto se refleja en la débil democracia que tenemos: siendo realistas, nuestra democracia se mantiene, pero todavía es de un bajo nivel desde su quehacer. Por eso tenemos un asentamiento en la cultura del olvido, que está promovido por los que quieren que el pasado se conozca vagamente, (Salazar, 2020).


Otra diferencia entre memoria e historia es que la primera lleva implícito el deseo de justicia jurídica y justicia epistemológica. Esta última busca el reconocimiento de los saberes de las víctimas; la primera exige la verdad sobre el porqué de los hechos y quiénes estuvieron (o están) detrás de ellos, quién o quiénes dieron la orden y con qué propósito. Mientras los relatos de las víctimas se esfuerzan por contar el cómo sucedieron los hechos y cómo los afrontaron. En Colombia es evidente la pugna entre la memoria de las víctimas y la historia hegemónica defendida por el gobierno, muchas veces reforzada por la prensa. Es aquí donde la memoria se convierte en un campo de disputa, donde unos cuentan su sufrimiento en medio del abandono del gobierno, mientras este hace uso de su capital simbólico para negar la veracidad de las memorias surgidas. De hecho, el doctor en ciencias humanas, experto en conflicto armado y coordinador de la macrorregión Antioquia Eje Cafetero de la Comisión de la Verdad, Max Yuri Gil, ha afirmado en sus charlas sobre memoria que en tiempos de transición como los que vivimos, proliferan cuatro narrativas que atentan contra el esclarecimiento: la primera es el negacionismo (eso no pasó); la segunda es el revisionismo (cambiar los hechos); la tercera son las justificaciones (era necesario); y la cuarta es la comparación (sí, pero ustedes más). Todas contrarias a la verdad.


Este contrapeso de las memorias de comunidades o individuos sobre la historia oficial impulsada por la tradición elitista, como en el caso colombiano, devela una relación de odios entre una y otra. Cada una se legitima a través de los capitales que tiene al alcance y allí los medios de comunicación cargan un papel fundamental, pues fue en ellos desde donde se reforzaron (y se refuerzan) imaginarios en el gran público. Imaginarios creados con la estratificación de fuentes y a través de recursos lingüísticos y de representación ampliamente analizados por pensadores como Noam Chomsky y Teun Van Dijk (3).

Elizabeth Jelin ha reflexionado sobre este campo de disputa y reconoce que se da en condiciones donde los recursos para la confrontación de unos y otros son desiguales:


La lucha se da, entonces, entre actores que reclaman el reconocimiento y la legitimidad de su palabra y de sus demandas. Las memorias de quienes fueron oprimidos y marginalizados —en el extremo, quienes fueron directamente afectados en su integridad física por muertes, desapariciones forzadas, torturas, exilios y encierros— surgen con una doble pretensión, la de dar la versión «verdadera» de la historia a partir de su memoria y la de reclamar justicia. En esos momentos, memoria, verdad y justicia parecen confundirse y fusionarse, porque el sentido del pasado sobre el que se está luchando es, en realidad, parte de la demanda de justicia en el presente (p.35).


De este modo, el reconocimiento de la memoria frente a la historia permitió, afirma Reyes Mate, “repensar el concepto de verdad, de política, de ética y de estética a la luz de la barbarie” (p.6), una barbarie que despertó el miedo, sensación que ocupa un lugar patente en el presente de las víctimas.

***

Referencias:

1. En la página web de la Comisión de la Verdad, se lee que este organismo es un "mecanismo de carácter temporal y extrajudicial del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, para conocer la verdad de lo ocurrido en el marco del conflicto armado y contribuir al esclarecimiento de las violaciones e infracciones cometidas durante el mismo y ofrecer una explicación amplia de su complejidad a toda la sociedad".

2. Este organismo tiene como propósito preservar y contribuir a la memoria del conflicto armado colombiano.

3. Noam Chomsky nació en 1928 en Estados Unidos. Es lingüista, filósofo y politólogo y es considerado como uno de los pensadores más importantes del siglo XX. De origen judío, Chomsky ha sido un duro crítico del capitalismo contemporáneo, y por ende de la globalización y sus modos de flujo de información, haciendo un análisis de los tipos de mensajes que discurren en los discursos ofrecidos por los medios de comunicación masivos al ciudadano promedio. La comunicación mediática concierne a grandes conglomerados con intereses comerciales e ideológicos que tienen el control del monopolio de la información y por tanto de los mensajes que se transmiten en ellos a través de una sistematización intencionada de la propaganda.

Por su parte, Van Dijk, lingüista neerlandés, en el artículo El análisis crítico del discurso y el pensamiento social, manifiesta que su gran interés de estudio está en el análisis crítico del discurso, que centra su atención en los abusos de poder y dominación de grupos sociales. Así, las representaciones sociales emitidas desde los medios sirven a unas ideas que fomentan odio, desconfianza y racismo, principalmente, y según ha estudiado Van Dijk, sobre población minoritaria, migrante y minorías, lo que se traduce en actos discriminatorios que no favorecen la convivencia y la democracia.

 

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