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El testimonio de las víctimas para evaluar el pasado

En la última década Colombia ha experimentado un boom por la memoria, a la luz de una creciente vigencia de procesos y hechos que han puesto a las víctimas del conflicto armado en el centro de la discusión. Este concepto también nos ha puesto a reflexionar sobre los alcances y límites de la Ley de Justicia y Paz, sobre las posibilidades brindadas en el marco del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición. Y nos ha permitido valorar el despertar organizativo de las víctimas y, por supuesto, reconocer el carácter legítimo de su relato como herramienta para evaluar el pasado y ver sus consecuencias en el presente.


Pero ¿qué entender por memoria? ¿Es posible reconocer en ella una fuente de conocimiento sobre el pasado? La noción de memoria ha sido tratada desde los griegos como condición del conocimiento racional. En la actualidad, tanto en Latinoamérica como en Europa, el auge de la memoria, o memoria histórica, se da a partir de una serie de aportes teóricos formulados a principios del siglo XX. Karen Saban, investigadora de la memoria de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, afirma que “la crítica coincide en señalar que el filósofo alemán de origen judío Walter Benjamin y el sociólogo francés Maurice Halbwachs fueron los dos primeros autores en estudiar la memoria, integrándola en el marco de una teoría moderna de la cultura”, (Saban, 2020, p.381). Dice Saban, interpretando el texto de Benjamin Tesis de filosofía de la historia (1):


La primera de las funciones de la memoria para Benjamin es redimir la historia de las catástrofes que ha acarreado (…). Frente al proceder sistemático y aditivo de la historia, la memoria espacializa el tiempo, lo vuelve en cierto modo atemporal para que el decurso de la historia se detenga (…). Así retenida, como si se tratara de una imagen, se la asocia en una nueva configuración en la que el presente pueda reconocerse. De ahí que, a contrapelo de un método científico que –según la metáfora de Benjamin– enhebra en el rosario de la historia cuentas de hechos y momentos aislados, el pasado puede, a través de la memoria, exigir su derecho y arrojar luz sobre los conflictos no resueltos del tiempo actual. Hacer del pasado histórico un “pasado cargado de presente”, (p.382- 383).


Por su parte, Halbwachs aportaría una idea fundamental en la construcción conceptual de la memoria histórica, el de ‘memoria colectiva’. El sociólogo señala que las convenciones sociales asociadas a un lenguaje común permiten reconstruir el pasado. Halbwachs, en su libro Memoria colectiva, escribió que “podemos hablar de memoria colectiva cuando evocamos un hecho que ocupaba un lugar en la vida de nuestro grupo y que hemos planteado o planteamos ahora en el momento en que lo recordamos, desde el punto de vista de este grupo”, (Halbwachs, 2004, p.36). La docente Karen Saban destaca además que el concepto de memoria colectiva envuelve dos dimensiones:


por un lado, se refiere a la memoria autobiográfica del individuo, que adquiere forma en un horizonte sociocultural y por lo tanto desde sus inicios ya es colectiva; por otro, el concepto tiene una dimensión cultural pues actúa dentro de grupos sociales no ahora como interacción inmediata, sino a través de expresiones objetivadas e instituciones, (p.382).


Con los años, estudiosos de diferentes campos del saber han observado en ella un vínculo inherente con el olvido; también se ha discutido ampliamente su relación con la historia y su valor como sustancia objetiva de la cual extraer hechos comprobables; y se la ha utilizado como campo de disputa entre víctimas que reclaman su lugar como sujetos políticos, y gobiernos que han impuesto con violencia simbólica una memoria a conveniencia (2).


Pero este debate se abordará más adelante, por el momento, vale la pena conocer, frente a la primera discusión planteada, la posición de la socióloga argentina Elizabeth Jelin. En términos generales, Jelin distingue dos tipos de memorias: las memorias habituales, enmarcadas socialmente en comportamientos aprendidos e incorporados de manera singular en cada individuo, y que abarcan desde los hábitos en el vestir y el comportarse, hasta recuerdos afectivos con los que nos desenvolvemos en el mundo. La ruptura violenta en esta rutina configura las ‘memorias narrativas’, que son las que obligan al sujeto a involucrarse con la realidad de manera distinta, puesto que el acontecimiento violento cobra una vigencia asociada a emociones y afectos que, según la autora, impulsan una búsqueda de sentidos. En palabras de Jelin: “Primero, el pasado cobra sentido en su enlace con el presente en el acto de rememorar/olvidar. Segundo, esta interrogación sobre el pasado es un proceso subjetivo; es siempre activo y construido socialmente, en diálogo e interacción”, (Jelin, 2002, p.27). 


En este punto es posible plantear la cuestión por el deber y el poder de la memoria que se rescata, como herramienta pedagógica, así como su dimensión política.


Estas últimas ideas fueron ampliamente discutidas a mediados del siglo pasado, al analizarse los hechos y los testimonios surgidos tras el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945). Lo sucedido allí y especialmente en el complejo de Auschwitz, el mayor campo de concentración Nazi en 1945 puso la mirada en las víctimas judías del nazismo, condenadas a cámaras de exterminio. Poco después de derrotado Hitler, comenzaron a aparecer publicaciones de testimonios de sobrevivientes de los campos de concentración. Uno de esos relatos es conocido como Si esto es un hombre, el testimonio de Primo Levi, quien fuera parte de los judíos en cautiverio en el infierno de Auschwitz. Levi no solo fue un inteligente narrador de sus miserias, también empleó un original estilo para exponer las penurias de hombres judíos que en su condición de ciudadanos ostentaban respeto, y ahora crepitaban de frío y de hambre bajo capas de mugre y sosteniendo una mueca de humillada dignidad. El miedo, la impotencia y el dolor son una constante en su relato. Este testimonio hace parte de la colección de relatos que le enseñó al mundo los horrores de la guerra y ayudó a poner sobre la mesa la discusión sobre el valor de los testimonios de dolor y trauma de las víctimas, y la necesidad de devolverles su dignidad con su reconocimiento, accediendo en lo posible a la verdad y a la justicia.


Sin duda, en los campos de concentración se destruyó todo sentido de la existencia humana. Los trabajos forzados a los que eran sometidos los judíos, a quienes robaban sus pertenencias, eran destruidos luego por los nazis, puesto que el propósito de la explotación no era utilitario o económico, sino destructivo: acabar con la moral de sus víctimas, transmitiéndoles con ello que su vida no tiene sentido. El terror totalitario buscó que aquellos cuerpos torturados solo respondieran a determinados estímulos, silenciando su mente y cualquier forma de resistencia.


Y es que las formas del repertorio de la violencia inciden ineludiblemente en las memorias de las víctimas. La escritora y teórica política alemana Hannah Arendt nos dio uno de los textos más esclarecedores sobre los mecanismos del totalitarismo y sus consecuencias sobre los indefensos: Eichmann en Jerusalén. Es un libro periodístico, pero también histórico y filosófico que, en un sentido más global, puso en entredicho el fracaso de las naciones por defender los estados de derecho. Su concepto de la ‘banalidad del mal’ surgió del análisis que hizo de la vida y el proceder burocrático de Adolf Eichmann, criminal de guerra austriaco- alemán y oficial en el régimen nazi, encargado de coordinar los trenes cargados de víctimas dirigidas hacia la muerte, y que fue capturado en Argentina en 1960 luego de huir de Alemania. Arendt asistió en calidad de reportera a su juicio en Jerusalén, donde se le condenó a la horca por crímenes contra el pueblo judío. Pero no se quedó con las solas voces provenientes del condenado y los miembros del aparato judicial, Arendt escudriñó en la personalidad de Eichmann y no solo descubrió sus silencios, sino su personalidad apática y sin remordimientos frente a su tarea. La autora no se pregunta solo sobre cómo se lleva el proceso de enjuiciamiento de Eichmann, advierte la necesidad de expandir las acusaciones en su contra como crímenes contra toda la humanidad.


No puedo dejar de hacer un paralelismo entre la figura de Eichmann dibujada por Hannah Arendt, y los soldados colombianos que participaron, en el marco del conflicto, en ejecuciones extrajudiciales o mal llamados ‘falsos positivos’, muchas veces en contubernio con paramilitares, segados por un rigor ideológico que les fue transmitido a la fuerza y a los gritos en entrenamientos; solo seguían las ordenes de sus superiores jerárquicos. Ellos, como Eichmann, estaban convencidos de su causa, a la vez que ganaban el aprecio de sus jefes y se hacían acreedores a beneficios. Por otra parte, el efecto de las arremetidas paramilitares y guerrilleras en poblaciones desprotegidas tenían el mismo propósito nazi: despojar de identidad, de dignidad, de voluntad, de patrimonio y de resistencia a sus víctimas.


Los estragos de este proceder sistemático han determinado las memorias del conflicto armado nacional, sobre las que ha recaído el peso de fuerzas agresoras, de allí la importancia de los ejercicios de resistencias de los individuos y las comunidades.


A modo explicativo, sobre el pulso motivador de los victimarios, en una charla ofrecida en el 2014 en el marco de la Fiesta del libro de Medellín, titulado Antropología del mal, María Victoria Uribe recuerda su encuentro en la cárcel con varios exmiembros de las AUC, tras su desmovilización. Su propósito era conocer las motivaciones que los empujó a cometer sus barbaries. No encontró a hombres arrepentidos. Por el contrario, orgullosos y convencidos de la legitimidad de sus acciones (3). No en vano, aprecia la investigadora, veintidós estructuras paramilitares llevaron en su nombre la palabra ‘héroes’, como un claro ejemplo de la designación interiorizada por sus integrantes. Años después, María Victoria se encontraría de nuevo con varios de ellos y los notaría absolutamente distintos: receptivos y respetuosos de las voces de las víctimas. Uno de ellos, quien fue un verdadero “carnicero despiadado”, le diría que ninguno de ellos estaba preparado para enfrentar los reclamos de las víctimas y su dolor. María Victoria reflexiona al respecto: “La víctima es el espejo en donde finalmente el perpetrador verá reflejada la realidad de su deseo, y esa realidad innombrable que no ha querido ver, que ha negado una y otra vez, escondiéndose en lo buen padre que es, de lo mucho que ama sus hijos, terminará apareciéndose en la forma de una madre implorante”, (Parque Explora, 2014).


La investigadora de la memoria y doctora en ciencias humanas Judith Nieto, en su texto Memoria, campo de tensión en un mundo de diferencias, ofrece otra interesante comparación entre los propósitos de los victimarios nazis y los agentes paramilitares en Colombia. La autora, recordando al filósofo español Reyes Mate, afirma que Auschwitz dejó al descubierto, como lo expresaron en su momento los sobrevivientes, dos leyes fundamentales de la historia aplicadas a los conflictos que trascienden la vocación del mal. Esto es, y citando a Mate, “la ley de la doble muerte en el mismo crimen: la muerte física y hermenéutica. El nazismo, lo sabemos, reducía a polvo y cenizas los cuerpos de los judíos, para no dejar huella, pero se afanaba en no darle importancia. Es el momento del discurso invisibilizador”, (Nieto, 2020, p.51).


Esta ley de la doble muerte ha sido empleada, según Nieto, en los repertorios de violencia que ha vivido Colombia. Su realización ha sido llevada a cabo por toda clase de grupos legales, insurgentes y paramilitares, y ha consistido en desaparecer todo rastro del crimen cometido y “todo rastro del curso de los cadáveres, destinándolos incluso al lecho oscuro de los ríos” (4), (p.51). Es la suerte que miles de campesinos, indígenas y afrodescendientes sufrieron en medio de sus luchas de resistencia colectiva, cuando grupos antisubversivos vieron en ellos y en sus sistemas organizativos y comunitarios focos ideológicos de izquierda.


Los testimonios de las víctimas ya recolectados por periodistas, investigadores sociales y el CNMH, entre otros, narran las formas atroces e inhumanas de esta forma de la violencia política. Son conocidas por ello las estrategias de muerte, descuartizamiento, incineración y enterramiento de cuerpos. Son bien conocidas también las declaraciones de paramilitares desmovilizados que narraron en audiencias libres, en el marco de la Ley de Justicia y Paz, como ante las evidencias que comenzaban a dejar las masacres decidieron arrojar vivos a sus víctimas en criaderos de cocodrilos para que sus cuerpos no fueran encontrados, (Verdad Abierta, 2011).


Muchas de estas historias no se conocerían, en parte, sin la discusión por el valor de los testimonios que se dio a partir de las atrocidades vividas en Auschwitz y que dio pie a un mayor reconocimiento de la memoria en el mundo. Una de estas discusiones es referida por María Victoria Uribe en su libro. Resulta que, en uno de sus textos, el psicoanalista Dori Laub reseña un caso, el de una mujer anciana cuyo testimonio estaba guardado en el Archivo Sonoro de Testimonios del Holocausto de la Universidad de Yale. En el audio se puede escuchar la voz susurrada y débil de la mujer mientras narra su experiencia como testigo de la sublevación de los judíos en el campo de concentración. Cuenta Dori Laub que la mujer en un instante levantó la voz, quizá sobrecogida por las imágenes que le presentaba su memoria, para decir exaltada: "De repente vimos explotar cuatro chimeneas. Las llamas se alzaron hasta el cielo y la gente corrió. Fue algo increíble". Para enseguida dejar la mujer un largo silencio en la cinta, “como si arrastrara el eco de las explosiones, la estampida, los gritos y los disparos provenientes del otro lado del alambre de púas del campo”, (p.92). Historiadores que escucharon el mismo testimonio de inmediato descartaron el relato de la mujer como fiable, pues habían logrado demostrar que no habían explotado cuatro chimeneas, sino una. Dori Laub entendió que la narración de la mujer no podía tomarse de manera literal respecto al número de chimeneas:


… el relato aludía a un asunto más crucial, a la vivencia de un hecho inimaginable. Para la mujer judía, una chimenea equivalía a cuatro; lo relevante no era la veracidad del relato, sino la alusión que ella hacía al evento de sublevación de los judíos en el campo de concentración, algo que rompía con la presunción de que los judíos eran incapaces de una revuelta armada. La figura que encontró la mujer para referirse a este hecho fue la hipérbole, pues solo esta podía dar cuenta para ella de la magnitud de lo sucedido (p.92).


Al parecer la mujer había hecho parte de un grupo de judíos encargados de las pertenencias de las personas que eran conducidas a las cámaras de gas. Algunas de las cosas, ropa y utensilios, habrían sido rescatadas por ella para luego entregarlas orgullosa a sus compañeros de barraca. Dori Laub “se limitó a respetar el balance sutil que la mujer había establecido entre lo que sabía y lo que no podía saber (…). Laub buscaba tocar los límites del silencio, sin perturbarlo ni provocarlo” (p.93).


La investigadora argentina de la memoria, Elizabeth Jelin, en su ensayo Los trabajos por la memoria, trae al caso este mismo ejemplo de Laub, para decir que:


Al trabajar sobre la relación entre testimonio y trauma, el eje de la consideración de la «verdad» se desplaza de la descripción fáctica — cuántas chimeneas había en Auschwitz es el tema en debate provocado por un testimonio de sobreviviente, entre entrevistadores e historiadores, como relata Laub— a la narrativa subjetivada, que transmite las verdades presentes en los silencios, en los miedos y en los fantasmas que visitan reiteradamente al sujeto en sus sueños, en olores y ruidos que se repiten (Jelin, 2002, p.87).


De allí también partió la discusión sobre la construcción de memorias históricas contadas desde los protagonistas que sintieron en carne propia el dolor. La denominación de víctima, a su vez, otorgó a los sobrevivientes un estatus frente al Estado, dignificándolo ante la sociedad. A ello se suma la creación de Comisiones de la Verdad, como estrategia para transitar de un estado de conflicto a uno de convivencia pacífica. En el caso colombiano, la justicia transicional “ha supuesto el establecimiento de amnistías, el reconocimiento del daño, el tratamiento a quienes han sido víctimas, los procesos de reparación y el establecimiento de unos ejercicios de memoria”, (Puerta, 2021, p. 90), afirma la abogada y magister en historia, Catalina Puerta Henao, quien añade que la declaración universal de los Derechos Humanos (DD.HH.), en 1948, y el Derecho Internacional Humanitario (DIH), que busca atenuar y limitar los efectos de los conflictos armados en la población, propiciaron el reconocimiento estatal de los daños sobre la población civil ajena al actividad bélica.


A esta altura, valdría entonces conocer qué dicen algunos estudiosos de la memoria sobre sus alcances, similitudes y diferencias con la historia.

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Referencias:

1. Tesis de filosofía de la historia es un ensayo escrito por Walter Benjamin entre 1939 y 1940 en París, meses antes de quitarse la vida en Portbou, España, mientras huía de la persecución de la policía secreta de la Alemania nazi, la Gestapo.

2. “Construir memoria es un acto político y una práctica social. Tal práctica social se desarrolla dentro de marcos, producto de la intervención de instituciones: la familia, la iglesia, la escuela, las universidades, las artes, la prensa, la radio, la televisión, las organizaciones no gubernamentales, los partidos” (p.30). “Luego, la memoria es un campo en tensión donde se construyen y refuerzan o retan y transforman jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales. También es una esfera donde se tejen legitimidades, amistades y enemistades políticas y sociales” (p.24), aclara el documento Recordar y narrar el conflicto, del CNMH.

3. En Recordar y narrar el conflicto, del CNMH, se afirma que: “Los actores armados de uno u otro lado buscan instaurar sus versiones del pasado como verdades absolutas y presentan sus intereses particulares como demandas patrióticas o revolucionario-populares. En este afán de control de la historia y de la memoria, los actores del conflicto manipulan las versiones sobre lo ocurrido para justificar sus acciones y estigmatizan las interpretaciones políticas y sociales que les son adversas” (p.24).

4. La periodista Patricia Nieto tiene una penetrante crónica que expone una dimensión de este fenómeno, el libro se llama Los escogidos, y narra la estrecha relación de un poblado con los cadáveres que bajan por el río Magdalena.

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