top of page

Días de fuego en el tropel

"...el vehículo frenó y el conductor se bajó, agitando una 9 milímetros gritó '¡Al carro, al carro!'..."

"...adentro del carro me esperaba otro sujeto, empezaron a hacerme preguntas que no entendía. Repetían: 'Te vamos a matar si no respondes, te vamos a matar'..."

"....escuché lo que me pareció una sentencia: 'Vos sos guerrillero'..."

"...en ese momento me di cuenta: 'Jueputa, me van a desaparecer'..."

"...recordé testimonios de personas que buscaban a sus familiares..."

Uno más

"...sabía de otras muertes y desapariciones..."

"...sabía de la vigilancia espía de grupos paramilitares dentro de la ciudadela..."

"...conocía perfectamente la maquinaria criminalizadora de la para enjuiciar a todo el que diera papaya..."

"...comprendí que cada quién gestionaba

el miedo como podía..."

"...y entendí lo que quiso decir un amigo..."

Todos tenían

miedo

"Marica, si quiere sobrevivir, tenga una mamá de trapo".

Dos hombres en moto le cortaron el paso a Alejandro Sierra. El arma con la que le apuntó el parrillero le señaló el asiento trasero de un vehículo.

Iba a convertirse en un desaparecido más, pensó, otro de los muchos que una vez denunció en la UdeA .

​Pero con ese evento comprendió lo que implicaba alzar su voz en una ciudad como Medellín.

Asesinatos en la UdeA

"Jueputa, me van a desaparecer"

Instrucciones para un tropel

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Los hostigadores que trabajaban para el Ejército.

Biblias y fusiles

Capítulo 4

Capítulo 5

Entre el 2005 y el 2008 el Comité Gustavo Marulanda fue muy activo. Interveníamos en las manifestaciones en la medida que podíamos, pendientes de los estudiantes que eran capturados y manteniendo líneas de comunicación entre la asamblea, las directivas de la universidad y las autoridades.

 

Yo estaba ad portas del trabajo de grado y comencé a postergarlo por todo este movimiento. Me metí de lleno a Gustavo Marulanda, y eso me ocupó mucho espacio. Digamos que en lo colectivo y político me iba bien, pero yo ya estaba por los 30 años y me preguntaba para dónde iba mi vida.

 

Comencé a buscar un trabajo formal y tuve la oportunidad de participar en investigaciones esporádicas con la Corporación Jurídica Libertad. Bajé mi incidencia en la universidad y comencé a delegar trabajo a otros estudiantes entusiastas con el proyecto.

 

A veces el tema del reconocimiento en la U lo adsorbe a uno. El asesor me había aprobado el trabajo y tenía que adelantar algo para graduarme, pero no lo quise hacer. Me costaba mucho dejar ese liderazgo, en la U era alguien, fuera de sus puertas es otra cosa. Tengo amigos que soltaron una oficina estudiantil hace diez años, y aún vienen a intentar ofrecer orientaciones. Eso no puede ser.

Mi última clase fue en el 2008 pero hasta el 2011 seguí dando lora por acá, y en algún momento me dije que no quería volverme otro Rollo. Trabajé esporádicamente en ONGs. Con una compañera decidimos montar un café cultural que se llamó Café jengibre, junto al Parque del Periodista. Este espacio lo tuvimos entre el 2012 hasta el 2018.

 

Por los laditos, cuando había tiempo, participaba en talleres con víctimas e investigadores. Pero en todo ese tiempo yo no me había graduado, solo me faltaban los trámites. Volví a la universidad y le pregunté a Albita, la secretaria del departamento de historia, qué debía hacer para obtener mi título. Me dio unas indicaciones y me gradué en abril del 2019. Me dijeron que debía asistir a la ceremonia en el Camilo Torres, para graduarme con un montón de jóvenes.

 

Era una gran ceremonia y en cuanto escuché mi nombre me acerqué a la tarima a recibir mi diploma, vestido casual, de camisa, de mochila y de gorra, y salí del auditorio. La verdad, sentía rabia conmigo mismo por no haber hecho esto antes, quizá mi camino hubiera sido otro.

Años atrás yo estaba en el Centro Comercial Unión, sentado tranquilamente cerca de una fuente de agua. Me tomaba un tinto y los vi. Se me quedaron mirando feo. Eran los hermanos Muñoz David. Yo estaba tranquilo, no sentí nada verlos. Ellos, que caminaban por el centro de la placita, me notaron porque sigo siendo el mismo mechudo, barbudo, de mochila y de gafas. En cuanto cruzamos miradas cambiaron su semblante, y hasta pensé que cómo era posible que estos siguieran con la bobada.

 

Se me quedaron mirando feo, feo, feo, y por eso uno de ellos se cayó a la fuente de una forma tan dramática y graciosa, que me quedó difícil contener la risa.
 

Epílogo:

 Con sabor a jengibre

Volver

Crónica completa

bottom of page